Hoy es lunes, hemos hablado poco más de media hora, luego he dejado de escuchar su voz. Otras veces, cuando se ha cortado la comunicación, ella ha vuelto a llamarme. A veces su móvil se queda sin batería o sus carnosos carrillos rozan la pantalla táctil
Claudia, mi amiga, de niña era gordita, con coloretes rojos en sus carrillos, de jovencita era guapetona y entradita en carnes. En cambio, yo siempre fui un palillo, un fideo, tenía envidia hasta de sus pechos que llamaban la atención.
Hoy Claudia ha cumplido 85 años, tiene dos menos que yo, nació en 1935, justo cumplió un año cuando comenzó una guerra civil que a toda mi generación nos hizo pasar miedo y hambre, menos a ella. Bueno, eso es lo que dice; dice que la vida es experiencia.
Hace tres años, coincidiendo con el día de su cumpleaños, me comentó que las noches se le estaban tiñendo de negro y los días se le volvían demasiado sordos, comenzó a visitar residencias para personas mayores dónde no estuviera sola con sus tristes pensamientos.
Por orden del Gobierno, llevamos dos meses y medio sin poder salir de nuestras casas. Para mí no supone un gran esfuerzo, para Claudia, yo pienso que debe de ser más difícil en una residencia, no sé, a veces me da pena. Yo tengo mucha suerte, vivo con mi hija que está divorciada y con su hijo que tiene 20 años; él es mi único nieto, es un mozo muy guapo pero desobediente y, eso sí, es muy zalamero cuando quiere.
”Hoy Claudia ha cumplido 85 años, tiene dos menos que yo, nació en 1935, justo cumplió un año cuando comenzó una guerra civil
El mes pasado, he cumplido 87 años y Claudia, desde su residencia, me llamó para felicitarme. Ya llevamos mes y medio sin vernos, sin poder salir a la calle para evitar contagiarnos con el coronavirus; es un virus como la gripe pero más mortal y ataca a personas mayores como mi amiga o yo. Cada vez que he hablado con ella he intentado que me cuente que pasa en su residencia pero sólo me dijo que ya no compartía habitación, que se había ido su compañera y que no quería hablar de tristezas. Claudia cree firmemente que la edad sólo existe para recordarte quien eres, advertirte de no hacer el ridículo y no comportarte como una cabra loca, son cosas de ella. El caso es que no quiso decirme si había o no personas enfermas.
Ya se ha puesto el sol, queda poco para que se acabe el día, es martes, prácticamente la hora de cenar, Claudia ya no me va a llamar. En la residencia cenan muy pronto y, más pronto aún, se van a acostar. La imagino escuchando su transistor, se duerme con él bajo la almohada. Se queja de que se le va un sueldo en comprar pilas porque se le gastan rápidamente; tiene un cargamento de pilas en su cajón del armario de la ropa, se queja de que apenas tiene sitio y que encima tiene que tener las pilas de recambio. Su armario tiene dos cuerpos pero lo comparte con su compañera de habitación, según dice es pequeño para dos personas.
He visitado a Claudia en su residencia únicamente cuando ha estado enferma con esas gripes horribles que coge y no las suelta en todo el invierno, pero es que ella no quiere que sus amigas la visitemos allí. Ya hace más de dos años que se cambió a la residencia y seguimos viéndonos como cuando vivía en su casa, los martes y los jueves vamos al cine, a merendar o a dónde nos apetezca, Claudia y yo nunca fallamos, las otras, somos cinco, a veces faltan, nosotras siempre vamos, somos como hermanas.
Aunque mi hija, mientras cenábamos, ha quitado las noticias, he escuchado que el virus está siendo muy peligroso en las residencias; me he venido a acostar rápido porque he comenzado a pensar en Claudia. Espero que mañana me llame y que la razón de no haberlo hecho antes, sea por culpa de la batería del móvil o porque no encontró a nadie que pudiera cargársela.
He madrugado, para mí las siete y media es temprano, ya es miércoles. Suelo escribir en este cuaderno para que no se me olviden las cosas y porque si tengo una preocupación, como ahora, cuando lo comento con mi hija ya no parece un problema.
Las horas pasan muy lentas pero ya es medio día, he ido al salón y pido a mi nieto que busque el número de teléfono de la residencia de mi amiga. Se ha hecho de rogar hasta que ha dejado de lanzar tiros a la pantalla de la televisión. Le repito el nombre de la residencia “Los Frutales” para que lo busque un número de teléfono: “Hijo diles que mi amiga se llama Claudia Salas, es la señora de la habitación 208, que hace dos días su móvil debió quedarse sin batería y no me ha vuelto a llamar”.
Mi nieto no ha podido hablar con nadie, ha dejado un mensaje en un contestador. Ha dicho mi nombre, mi número de teléfono para que mi amiga me llame y cuando ha terminado me ha dado un beso, debe haberme visto cara de preocupación porque él no da besos así como así.
Hoy jueves no he dejado que mi hija quitase la televisión, he visto las noticias, no han dado nombre de ninguna residencia pero si han dicho que hay muchos fallecimientos. Hemos terminado de comer en silencio, mi nieto ha apagado la televisión y me ha dicho: “Venga Yaya, vamos a ver si podemos hablar con tu amiga”. Ha vuelto a salir el mismo contestador que ayer. Rodri, mi nieto, ha vuelto a dar mi nombre y mi teléfono pero, ha puesto la voz de su abuelo, voz muy seria, igual que cuando mi Alejandro se enfadaba, y es que mi nieto tiene la mismo voz que su abuelo.
Ya viernes, no me entra el desayuno, ni siquiera me pasa la leche con mi café descafeinado, no se me va de la cabeza que desde el lunes no sé nada de Claudia. Si ella supiera los malos pensamientos que tengo. Ella nunca se alarma por nada. Se me viene a la cabeza el sábado durante el cual nuestras familias nos estuvieron buscando hasta las diez de la noche.
Aquel sábado habíamos salido por la mañana a visitar El Capricho, un parque con jardines románticos, con fuentes y estatuas; debe ser muy bonito porque la verdad es que no lo vimos.
Estabamos en la entrada de los jardines, era una visita guiada con un grupo pequeño de personas de cierta edad, de esto hace unos cinco años, así es que éramos más jóvenes. Bueno, la cuestión es que una señora dio un traspié y se torció un tobillo. Claudia rápidamente, como siempre, fue la primera en ofrecerse a llevarla al hospital y, por supuesto, incluyéndome a mí: “No os preocupéis que a nosotras no nos importa ir con ella al hospital”.
Cogimos un taxi, fuimos al hospital, esperamos en urgencias, nuestra comida fue un bocadillo de una máquina y a última hora, y ya anochecido, aterrizamos en casa de María, nuestra nueva amiga, con su pierna escayolada.
Lo cierto es que entonces no teníamos móviles y mi hija y su sobrina, lo pasaron muy mal, tanto a ella como a mí nos buscaban pues habíamos quedado en estar en casa para la hora de la comida. La bronca fue tremenda y cuando terminaron de hablar, en el rellano de la escalera de nuestra nueva amiga, Claudia resolvió la situación con una de sus sentencias: “Lo primero es lo primero, estamos bien, y hemos hecho lo debido”.
Conociendo a Claudia, cuando logre hablar con ella seguro que tendrá una frase contundente que me dejará sin respuesta, me hará sonreír como siempre les ocurre a mi hija o a su sobrina. Ella es tremenda.
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