La cuidadora rumana de Antonio “el chispa”

Por 6 febrero, 2019junio 15th, 2019Relatos

– Mira Julián, ahí va Antonio “el chispa”. ¡Mírale!, pensará que es alguien, últimamente va muy arregladito como si todos los días fuesen el Día de La Virgen. ¡Mira! y va más que estirao, mira como se endereza de que nos ha visto, debe ser por esa cuidadora rumana que lleva.

Divertido y entrañable relato sobre la llegada de una cuidadora rumana a un pueblo. A través de Julián y Rogelio, dos adorables ancianos, conoceremos las reticencias y envidias que despierta la llegada de una cuidadora extranjera a un pueblo de España.

– Mira Julián, ahí va Antonio “el chispa”. ¡Mírale!, pensará que es alguien, últimamente va muy arregladito como si todos los días fuesen el Día de La Virgen. ¡Mira! y va más que estirao, mira como se endereza de que nos ha visto, debe ser por esa cuidadora rumana que lleva. ¡Mira!, mira como la coge del brazo – ha dicho Rogelio “el vinagre” dando un codazo a su acompañante con quien está sentado en un banco de la plaza del pueblo.

– Bueno Rogelio –le responde Julián “el suave” que es con quien está sentado-, tú y yo aún nos apañamos, somos mayores pero no necesitamos cuidadora rumana ni de ninguna clase. Nosotros, despacito, hacemos nuestras cosas, todavía nos ponemos solos los pantalones aunque no estemos para echar una jota. Pues a mí, la moza me parece guapa, se la ve fuerte, el pelo lo tiene rubio y su brillo llega hasta aquí, seguro que le salen dos buenas coletas; ¿tú te acuerdas de las de mi mujer?; ella tenía dos buenas coletas, no llevó nunca el pelo así, sin sujetar, de cualquier manera, todas las mañanas se peinaba y se lo recogía.

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– ¡Bua! –responde despectivo Rogelio “el vinagre”. Yo me acuerdo de pocas cosas y de otras no quiero acordarme. Hay días que me duelen los huesos como perros y me cuesta doblarme, a veces, sudo hasta para atarme el cinto. Y, encima, ese pasa por aquí chuleándose; lo mismo va a la iglesia, ese que nunca ha pisado en ella, siempre fue muy listo; acuérdate cómo cobraba por arreglarte un simple enchufe y seguro que las bombillas se las llevaba gratis de los almacenes aunque a nosotros nos sacara unas buenas perras.

– Cobraba como otros, ni más ni menos –responde Julián “el suave”. Aquí en el pueblo sólo estaba él, pero ahora que tiene que venir el del pueblo de al lado, pues es lo mismo. Ha entrado donde la tendera, ni iglesia ni rezos, está viejo y anciano pero, yo creo que, todavía no está tonto. Yo, Rogelio, tengo que decirte que para mí, que soy mayor, lo peor son las noches; mi chico, ya sabes que, vive a dos minutos de mi casa pero trabaja a cincuenta kilómetros.

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– ¡Míralos! Ya salen –interrumpe Rogelio “el vinagre”- con su barrita de pan, pero si ha sido un agarrao toda su vida, siempre ha comido pan duro y, ahora, todos los días a por la barrita de pan, paseando con su cuidadora rumana, ¡será idiota!.

– Pero a nosotros qué nos importa –dice Julián “el suave”, que haga lo que quiera: que pasea, pues que pasee; que va con muda limpia, pues que vaya; que se pinga del brazo de la cuidadora rumana, pues que se pingue. Yo lo que quiero es que no me duelan las piernas y poder salir todos las tardes a la partida y a tomar mi chato de vino. Y que cuando mis nietos pasen por casa, seguir dando a cada uno su moneda de dos euros de propina, eso sí, sólo tres monedas a la semana, que la pensión es baja. Eso lo apunto en mi cuaderno de gastos para que ellos lo vean y aprendan a llevar sus cuentas.

Se endereza de que nos ha visto, debe ser por esa cuidadora rumana que lleva

– Julián, tu siempre fuiste un flojo –dice Rogelio “el vinagre”- en este pueblo nunca nos unimos para nada y ahora todos viejos y mayores, que no valemos para na. A mí me duelen todos los huesos y en cuanto pase este mes y empiece octubre, me vendrá el reuma que no me deja ni dormir. Este invierno pasado sólo pude ir a jugar a la brisca los días que no llovió o no nevó, porque estuve doblao en casa como un perro. En cuanto empiece el invierno y el sol no caliente como ahora, se me acabó el paseo.

– La edad Rogelio, la edad – dice Julián “el suave”.

– Por casa pasa, de vez en cuando, la chiquita de la ayuda del ayuntamiento, pero “va” …., y mi sobrino se ha vuelto a cambiar de pueblo porque dice que así está más cerca de su trabajo, eso dice, y yo aquí sólo. Te vuelvo a decir que tú, Julián, siempre fuiste un flojo, que ya se te veía venir desde que éramos mozos y, mira por dónde, tuviste suerte; tu mujer fue una buena mujer y tu chico es trabajador, pero eres blando, si señor muy blando, no se puede ser así de consentido con los nietos. – comenta Rogelio “el vinagre”.

– Si tú lo dices Rogelio… – dice Julián “el suave”.

– Pero bueno, ¡fíjate! otra vez “el chispa”, a que va y se sienta en el banco de ahí, frente a la fuente, justo ahí con esa cuidadora suya, pero si jamás se ha sentado en ese banco ¿qué quiere?, ¿qué le miremos? o ¿darnos envidia?. Pues ganas me dan de gritarle: ¡Eres un viejo, un anciano!. – comenta Rogelio “el vinagre”.

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– Venga, vamos a estirar las piernas –dice Julián “el suave”- en este banco dará la sombra en cuanto que gire un poco el sol. Vamos hasta el puente, sé que hoy sacaba grava del río el chico de la constructora; tiene una grúa nueva que hace el trabajo de diez hombres. Se llevan la grava para hacer la represa del Condado, la están haciendo más grande, es una obra importante.

– Claro, aquí no se hace nada –interrumpe Rogelio “el vinagre”- aquí sólo sentaos viendo pasar a nadie, o a ese –señala con el dedo- con su cuidadora rumana.

– Vamos hombre –dice Julián “el suave”. Levántate, tenemos un día de sol y fuerzas para llegar al puente. Si quieres lleva tú mi bastón, yo hoy no lo necesito aunque siempre acompaña. No quiero meterme en tus cosas pero, la semana pasada, me dijiste que tu sobrino te dijo algo sobre buscarte un cuidador o una cuidadora, pues piénsatelo, mira “el chispa” más limpio que una bombilla y aquí los inviernos los tenemos muy largos.

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Nuestros pueblos, sufren cada día más el envejecimiento del que se hace eco toda España. Con la llegada de las cuidadoras de países del este, en concreto muchas cuidadoras rumanas, la fisonomía de los pueblos cambió.

Este relato, ambientado a principios de este siglo, mediante los testimonios de Julián y Rogelio, pone de manifiesto las reticencias que aparecen en un primer momento. Importante la evolución de los personajes, como al final, no ven con tan malos ojos la posibilidad de contratar una cuidadora rumana para ellos mismos y comienzan a entender los beneficios de tener a una cuidadora a domicilio.

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