Un día de mi mami

Por 15 abril, 2018mayo 9th, 2019Relatos

Hoy es martes, última hora de la tarde, pero para ella podría ser miércoles o jueves, todas las tardes son prácticamente iguales.

Hoy, me he llevado la llave de su casa y no he llamado al timbre. El pasillo está apenas iluminado por un juego de luces y sombras que delata la presencia del televisor, y por la bombilla de la lámpara de sobremesa que, por costumbre, suele estar encendida; bombilla que antes, iluminaba puntadas en dobladillos y en zurcidos, y que hoy le permite leer, y volver a leer, el menú del día siguiente o del día anterior, lo mismo da.

Su oído izquierdo hace mucho tiempo que dejó de oír y el derecho no tiene una audición óptima, por lo que no sabe de mi presencia hasta que no estoy frente a ella en el salón.

– ¡Hola mami. No me has oído llegar ¿eh? ¿Cómo ha ido hoy tu cole? –le he preguntado.

La pregunta también podía ser la del próximo martes o la del siguiente jueves. Su respuesta, siempre ilumina su mirada, ella sí que me parece diferente cada día.

– ¿Dónde tienes a Isabel? –le pregunto.

–Por ahí, en su habitación o echándose la sienta –me responde.

–Pero mami que son las seis y media de la tarde ¿cómo va a estar echándose la siesta? –escucha mi observación, parece que la esperaba, y no contesta.

Como si fuese la destinataria de mis palabras, aparece Isabel en el salón. Lleva sus agujas de punto, de ellas cuelga una labor de lana de color verde, de un verde muy suave y de una lana muy sedosa.

Mi madre sonríe y su mirada se dirige a la labor de lana, parece que estuviera pensando en decir algo que le preocupa, a cerca de la labor de Isabel.

– ¿Sabes? –se decide a decirme. Isabel está haciendo un jerseycito de lana para un nieto suyo, ella no me lo ha dicho, pero yo lo sé. Sino, ¿para qué lo hace?.

– Isabel – pregunto – ¿vas a tener un nieto?

– No, que yo sepa –responde Isabel. Lo que hago es tejer jerseys por encargo de una señora que luego los vende por internet. Su mama está ilusionada con un nieto que, por ahora, no tendré.

– ¿A que sí Julia? ¿A que le gustaría que fuese para un nieto mío? -le pregunta.

Ella subirá al autobús adaptado especialmente para personas mayores pero con experiencia, que siempre le digo.

Julia, que así se llama mi madre, sonríe de nuevo. Como si hubiera sido pillada en renuncio o como si ya no le interesase la cuestión, vuelve su mirada hacia el televisor que tiene el ruido incansable de las voces repetitivas y de los programas que nunca le interesaron excesivamente. Por último, dirige su vista al menú de la semana, impreso en papel reciclado con el anagrama del Centro de Día. Trata de adivinar qué día es hoy, qué ha comido y qué comerá mañana.

Cuando he dejado su casa ya tenía el camisón puesto. Hoy era el de color azul, casi gris. La cena, la poquita cena, ya estaba lista. Se acostará pronto, se levantará como cada mañana e irá a su Centro de Día. Cuando regrese nuevamente a casa, por la tarde, le esperarán sus  cosas, las fotos de sus nietos, sus recuerdos, las paredes que bien conoce y las cuales, a ella, también le conocen.

A veces, no le encaja la presencia de Isabel, en ocasiones, le pregunta porque no se va a su casa, o qué hace allí. Pero, cuando llega la noche sabe que no se irá y entonces se siente acompañada y segura. Sabe que a las nueve, ya habiendo desayunado, las dos bajarán a la acera frente al portal, para coger el autobús de la ruta. Ella subirá a ese autobús, adaptado especialmente para personas mayores pero con experiencia -que siempre le digo- y a la tarde regresará satisfecha con el “deber cumplido” -que siempre dice ella-.

La próxima semana terminará un nuevo trimestre, como los trimestres de cualquier colegio, y traerá de su “Cole” una carpeta con dibujos, rompecabezas y con retratos que ha coloreado con los tonos verdes y azules que tienen los ojos brillantes de sus nietos.

Escrito por Ana María, hija de una persona con demencia.

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Un comentario

  • Doralicia Feliz dice:

    Un relato muy bonito y sentido de Ana María. Yo también le decía a mi padre cuando iba al centro de día que iba a la escuela como cuando era pequeño. Recuerdo que ligaba en el centro de día con sus compañeros y con las enfermeras. Le estoy muy agradecido a la comunidad de madrid por haberme asignado la plaza, gracias a ella mi padre continuó viviendo y sintiéndose parte de la sociedad. Es una pena que ahora a los mayores no se les tenga tanto en cuenta, me gustaba cuando los autobuses de la escuela llevaban el rótulo de “los mayores primero”…

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